Smartphones, smartTVs, smartwhatches y, en los últimos años, también «smart drugs». Esto es lo que defiende un grupo cada vez mayor de ejecutivos y programadores: que ciertas combinaciones de suplementos alimentarios, drogas psicoactivas y prácticas como la meditación o el ayuno pueden mejorar la función cognitiva de una forma brutal.
Y lo más sorprendente es que no es algo minoritario. Los nootrópicos o ‘potenciadores cerebrales’ son los nuevos reyes de Silicon Valley: drogas hechas (casi) a medida de la élite intelectual de centro tecnológico del mundo. ¿Qué hay detrás de esta moda?
Del «dopping intelectual» a la «mejora cognitiva»
El ‘dopping’ intelectual es tan viejo como nuestro conocimiento de las sustancias psicoestimulantes. ¿Qué son si no el consumo tradicional de cafeína o nicotina? Durante las últimas décadas del siglo XX, empezamos a encontrar sustancias más fuertes.
Lo típico eran medicamentos como el Adderall o el Ritalin (Rubifen, Centramina o Concerta, por sus nombres comerciales en España), usados en determinados trastornos de atención, que tenían efectos muy considerables y se volvieron muy populares en el mundo universitario y profesional de alto nivel.
Pero lo de ahora no tiene precedentes. «Yo diría que la mayoría de las empresas de tecnología tendrá por lo menos una persona en algo de esto» decía hace un par de años Jesper Noehr, CEO de BitBucket hasta que lo vendió a Atlassian. Y viendo las decenas de grupos, foros y blogs dedicados a la «mejora cognitiva» podría ser cierto. Reportajes en prensa, entrevistas a ejecutivos de primer nivel o comparativas de qué productos van mejor para según que habilidades psicológicas queramos mejorar.
El boom de los nootrópicos
En 1964, Corneliu Giurgea, un psicofarmacólogo rumano, descubrió el piracetam. Actualmente, el piracetam se usa para mioclonías corticales (movimientos involuntarios, rápidos y breves de los músculos) y para trastornos de la atención y la memoria (sobre todo, relacionados con enfermedades degenerativas).
Giurgea se dio cuenta de que ahí había algo y, coincidiendo con el revivalde la guerra contra las drogas, en 1972 acuñó el término «nootrópico» que quería separar ciertas sustancias psicoactivas porque mejoraban la función cognitiva del cerebro (y, aparentemente, tienen una neurotoxicidad muy baja y muy pocos efectos secundarios).
Sabemos que el piracetam, por ejemplo, tiene efectos moderados sobre la memoria y la atención. Algo que también se sospecha en los más de 20 compuestos dentro de su misma familia: aniracetam, fenilpericetam, oxiracetam, etc… Pero actualmente los nootrópicos no se circunscriben solo a esos medicamentos.
Al contrario, hay decenas de productos que se usan con estos fines: derivados de plantas (teanina, cafeína o cúrcuma), «moduladores de la dopamina» (como el metilfenidato o la tirosina), nutrientes (como el Omega 3 y el magnesio) y otro montón de grupos de sustancias. Y lo que no son sustancias: hay ciertas prácticas y ejercicios como la meditación, la dieta o el ayuno que también están a la orden del día.
El ambiente cognitivo más competitivo del mundo
Los resultados siempre han sido insatisfactorios. Al final, el piracetam se usa solo para las mioclonías porque, pese a sus escasos efectos secundarios, sus beneficios no son nada impresionantes. Y el ayuno sigue siendo, sobre todo, una práctica de índole religiosa. Eso último pasa con todos los nootrópicos, tienen efectos escasos (cuando tienen algún efecto), pero, en general, desconocemos los efectos secundarios (y a largo plazo) de este tipo de drogas. Algo que, no hace falta ni decirlo, nos sitúa frente a un escenario muy peligroso.
Sin embargo, todo parece apuntar a que el fenómeno social va a ir a más. Fundamentalmente porque como explica el profesor Doraiswamy se debe a la aparición de «una sociedad basada en el conocimiento que valora la velocidad y la agilidad mentales sobre todas las cosas». En la misma línea habla Jesse Lawler, anfitrión del podcast Smart Drugs Smarts: «vivimos en uno de los ambientes más competitivos mentalmente». O, al menos, esa es la impresión que tienen. No hace falta nada más para que surja gente que convierte falsas promesas en miles de dólares.